Olvidados en la puna

Mientras el mundo corre deprisa hacia el futuro, la tierra de los bocadillos aún se debate en un eterno presente… ¿o pasado?

 

Por LUIS PAUCAR TEMOCHE

 


AYABACA, Piura –Ciento treinta y dos kilómetros después de la ciudad de Piura, Socchabamba aparece por primera vez tras la ventana de un camión que cogí al azar en Ayabaca. La imagen de sus cerros dispersos y vegetación melancólica no ha hecho más que mancharse con barro que salpica por todo el camino.

 

Voy en busca de los olvidados en la puna, de los que fueron y los que serán, a la tierra donde el narcotráfico sigue siendo el telón invisible matando policías, y floreciendo como los cultivos de hoja de coca.  El paisaje no se ha despejado en los cuarenta y cinco minutos de viaje. Y la neblina ha sido la única compañera desde que embarcamos diez kilómetros abajo. 

 

Nelly es mi compañera de asiento. Con ella despegué del “Poderoso Cautivo de Ayabaca”, una de la mañana, dominical. Y ahora que la veo nuevamente, cogida de un tubo negro para no caer a pesar de los baches, con sus manos moradas por el frío que corroe los huesos, bien vestida, rímel chorreado porque todo el trayecto se la pasó durmiendo; ni siquiera veo en ella a la jovencita de 20 años que salió del lugar donde se hace el mejor bocadillo, rumbo a la ciudad,  en busca de un trabajo que -a Dios gracias- llegó.

 

Nelly tiene ojos amplios y pelo lacio. Diez años antes de haber arreado mulos, lampeado  tierras, y pelado gallinas, la veinteañera era la provinciana con dejo “cantadito”, tez cuarteada e incisivos cariados. Esa que llegó a “Piura city” con el sonado -“Deme un trabajito, señor”. Meses después, desde Lima, su hermana la mandaría a llevar a “servir a los ricos”, donde asegura, “a pesar de todo, pagan bien”.

 

En este camión nos vemos un día después. Y Nelly trae sacos repletos, bolsas con víveres, y un sentimiento que no la ha dejado tranquila estos diez años, en los que ha sido sirvienta de casa y vendedora de muebles. Nelly va al encuentro de su madre, quizá una última vez; a dejarle las “cositas” que compró en la ciudad y  un teléfono celular que le servirá  “para escuchar su voz, nada más”… para volver a ver a Lucho, Karina, Leo, y en especial a Dioselina, la doña que me presentará más tarde.

 

La melancolía del verde paisajístico hace rugir el motor de este camión, sucio de la parte trasera. Al fin, la niebla ha desaparecido llegando a Socchabamba, que ahora se divisa enclavada en dos cerros. Sólo aparece un letrero oxidado, sin gracia, donde el camión dio la vuelta, al parecer un desvío; a la derecha Aragoto: “La Colombia chica” donde –dice- muchos socchabambinos van a sembrar coca; y al otro lado, la tierra que Nelly dejó hace diez años.

 

Cualquiera diría que nadie vive allí. Pero entre loma y loma, las casas se salpican hasta llegar a una que no tiene fachada, pero sí piso de barro y ventanal gris. Allí vivió Nelly; en una chocita protegida por un cerro donde el sol se oculta muy temprano y al día siguiente “demora en salir”. Un lugar oscuro, taciturno, sin energía eléctrica; donde no llegan diarios, ni mucho menos noticias por televisión. Donde la fiebre de los centros comerciales ni siquiera se siente; donde muchos mueren por falta de hospitales o postas médicas, y donde alguno saben escribir y pocos leer…

 

Allí Nelly va en busca de su madre. La mujer que siempre quiso tener en sus brazos pero no pudo por andar trabajando. Esa carirredonda de cincuenta y tantos años que justo ahora suelta en llanto al ver a su “chinita” hecha una mujer.

  • Cuánto tiempo Nelly, pué…
  • -Si mami (sollozos) -Allí les he traído alguito, algunas cositas…
  • -Ya, ya… Déjalo ahicito hijita… Vamos… Ni te había reconocido, una hombraza estás…

 



El gozo en el pozo

“Socchabamba: conoce un lugar impresionante”. El blog siempre animoso enamora al “de la costa” a venir a esta tierra de hermosos paisajes, puestas de sol extraordinarias, y alegría de un pueblo que surge poco a poco.

 

Quizá nadie se anima a poner en la web que en este lugar se registran los más altos índices de pobreza  en la región, donde falta los servicios básicos como agua y luz, donde no hay hospital, donde los pobladores tienen que caminar kilómetros sobre kilómetros, casi horas, para llegar a la “ciudad” (como llaman al centro de Ayabaca), y no morir de una neumonía fatal.

 

Pobres y sin un sol. Ni siquiera enterados de que en Piura la fiebre de los centros comerciales anda a 37 grados centígrados. Para ellos no ha llegado la primavera; todos los días son un invierno que traspasa el poncho, el jean desteñido, el chullo multicolor. Quizá eso animó a Nelly a dejar esta tierra. Y ahora que regresa, la ve igual, como antes.

 

Su colegio sigue siendo el rectángulo de paredes de adobe con olor a tierra húmeda. “En el lugar donde –dijeron- pondrían una posta (médica), sigue igual”, vacío, triste como el sol que nos acompaña esta tarde, que más parece amanecer…

 

Más de un siglo  después de que Alexander von Humboldt llegara a Ayabaca, las “dos leguas  al norte (casi 11 kilómetros) sobre un terreno algo desigual”- según escribió en su diario de campo, siguen siendo una desolación.  Ni sus hectáreas de cultivo, ni el optimismo de su gente pueden deshacerse de ese título de “tierra olvidada”.

 

Diez años después y Nelly está aquí. Renunciando a olvidar a la tierra que la vio nacer un febrero, hace veinte años. Y no se olvida, y no se olvidará aunque todos la miren distinto por su tinte a piurana decente, pitillo negro, abrigo sobre otro, perfume Avon que viene a dejar alguna cosa a su madre, la mujer de largas polleras con diente de oro.

 



A trote…

Son las diez de la mañana en la ciudad, pero en Socchabamba parece que fueran las seis. No sé si ir puerta por puerta para recoger esas historias que quedaron en silencio. Esas que se las llevó el viento y de las que se burla siempre la neblina brumosa.

 

Apuro el paso una hora más, y aquí estoy, viendo a Nelly, y a su madre, a sus hermanos, a algunos pequeñines que se asombran al ver por primera vez mi cámara de fotos.  Allí donde nadie llega. En esta tierra donde el arado no respeta sexo. Donde a pesar de todo, nadie se queja, ni habla “porque ya se acostumbraron”- según Nelly.

 

Allí… En el lugar donde está la gente olvidada; cruzando un cerro, en caminos donde pocos ven. Donde el narcotráfico hace de la suyas, y donde todos los “donde” pueden caber, en esta pradera ensayística.  Deambulo por sus caminos de barro, alguna carretera apenas, viendo la mirada de los sentenciados por el aire serrano. Termino comiendo mote, y zango, y té de miel que me dio una socchabambina…

 

A pesar de todo, este pueblo mantiene sus costumbres. Y otra vez el cerro que me dio la bienvenida ahora se burla de mí, de nosotros… por nuestra ineptitud, por nuestra avaricia… Unos mueren, otros piden. Qué vida la nuestra, pienso justo ahora.  El olor a chancho frito revuelve mis sentidos. Ábranle paso a la avaricia, a la tecnología disfrazada que esta gente prefiere esperar. A reír a lo último, porque así, se ríe mejor –como dicen.

-Sírvase. Esa agüita es rica. Té de miel pué…

 

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