Milenaria tradición textil andina

Para llegar hasta nuestros días, muchas costumbres han tenido que librar una suerte de extinción progresiva. Primero, los incas eran demasiado escrupulosos para dejar vestigios de civilizaciones anteriores y buscaban la uniformidad de su cultura en todo su territorio; luego, los españoles desaparecieron cualquier conexión con el pasado autóctono, implantando una nueva forma de pensar.

 

Por Nelson Peñaherrera Castillo

 


    

 

SULLANA, Piura – La alfarería y los telares son algunas de las manifestaciones culturales que se han mantenido en el tiempo y han podido llegar hasta nuestros días; pero, el riesgo es que, a medida que incluso los artesanos miran a la industrialización como una salida más rápida y económica, también se pierde la esencia de cada manifestación.

 

La alfarería ha recibido mayor promoción que los telares. En efecto, una iniciativa presentada en 2006 por la entonces congresista Marisol Espinoza impulsaba que la Cerámica de Chulucanas obtenga su denominación de origen.

 

Los textiles aún esperan, siendo las manifestaciones más visibles y primorosas que el poblador andino de Piura puede crear. No hay ninguna protección legal sobre la propiedad de jergas, ponchos, alforjas, talegas… pero el esfuerzo es ampliamente apreciado por quienes buscan estas prendas, e incluso, las usan.

 


    Aún es posible ver a pobladores de las zonas altas de Piura lucir ponchos. La prenda no ha sufrido ninguna variación desde la época de los Incas, cuando se supone que fue creada o desarrollada. Los ponchos son muy abrigadores y útiles en casi cualquier faena de campo; incluso fungen como protección contra la lluvia.

 

 Confeccionar uno de ellos puede tomar hasta una semana, nos comenta una artesana de la comunidad de Cujaca (distrito de Ayabaca), pero que por buscar un mejor estado de vida, migró a la ciudad de Sullana, para encontrar algo peor.

 

 Ella proviene de familias que por siglos se han dedicado a este arte. El rastreo de algunos investigadores señala que la tribu ayahuaca, que tuvo su núcleo principal entre los valles de las quebradas Mangas y Olleros, al este de la ciudad de Ayabaca, era apreciada por sus trabajos en alfarería y textilería.

 


     El descubrimiento del Señor de Olleros, que ahora se sabe, es contemporáneo del Señor de Sipán, no sólo sorprendió a los investigadores por la manera de enterrar a los muertos, sino por tejidos de algodón nativo que a pesar del tiempo no perdieron su resistencia ni su color. El fragmento hallado aún se puede ver en el Museo de Ayavaca, en pleno centro de la ciudad.

 

Cujaca y la vecina Tacalpo eran los centros de producción artesanal por excelencia. Tacalpo viene de Tacarpo, el nombre quechua con que se denomina al telar y a la técnica. Incluso hay otra comunidad en la provincia de Huancabamba que aún conserva este nombre.

 

 En el vecino valle de Aragoto, también solían producirse hermosas jergas, una especie de grandes tapetes con los que se cubren muebles sencillos como bancas o poyos. Cada semana, o cada quincena, campesinos y arrieros de esa zona y los del valle de Olleros subían hasta Ayabaca para ofrecer su producción, que incluía correajes para los animales de carga, alforjas, talegas y hasta peleros, una prenda especial que se coloca en el lomo del caballo para que jinete y animal se sientan más cómodos.

 


    El proceso

Todos los trabajos textiles se obtienen mediante los telares de cintura, comúnmente llamados telares a cungalpo por el pedazo de madera con horquillas en sus extremos que permiten entramar el tejido. El proceso es lento y laborioso. Comienza con el hilado que se obtiene tras esquilar una oveja, o cosechar alguna fibra vegetal como el algodón.

 

Una vez que se obtiene un copo de esta materia, comienza la tarea lenta y laboriosa, es decir, convertirlo en una hebra firme con la que se forma un ovillo. Es aquí donde, si se desea, se puede teñirlo con ciertas resinas vegetales e incluso arcillas de colores.

 

 Entre hilar y ovillar, el proceso pasa por manos de casi toda la familia, especialmente los esposos, pero la madre es la directora del proyecto, por decirlo así. Esta parte puede llevar días, y es común ver a las mujeres de las zonas altas caminar con sus copos en las manos, hilando. Dicen ellas que es una excelente distracción.

 


    Con los hilos obtenidos se comienza la urdiembre. Se disponen cuatro estacas en el suelo formando un trapecio irregular, y se comienza a pasar el hilo de tal manera que se cree una especie de pre-tramado llamado sombra. Esta es crucial para luego ir acabando el producto. Es aquí cuando se decide el ancho de la prenda, y si esta tendrá listas (bandas de colores en contraste)  o sólo un color plano.

 

Una vez que se ha urdido, se sacan los hilos con sumo cuidado y se dejan listos para tramarlos; previamente, el hilado es illaguado, es decir, es separado entre sí, de tal forma que al pasar el hilo de la trama se haga de forma ordenada y no quede ninguna hebra suelta. Usualmente el hilo con que se illagua es de distinto color al del producto para no perderlo de vista.

 

En el tramado, un hilo pasa entre las dos porciones del hilado principal, asegurándolo; y así se continúa hasta terminar todo el largo del producto. Si se trata de una jerga pueden ser unos días, pero si es un poncho puede tomar hasta una semana. Al terminarlo se le pueden incorporar ribetes o bordados, pero ese es un proceso aparte.

 


    ¿Adiós, generación de tejedores?

Hasta hace 25 años era común ver a mujeres con sus telares a la cintura, sentadas sobre el suelo trabajando coloridas prendas. Era una estampa típica de cualquier viaje desde Piura a Huancabamba, o desde Sullana a Ayabaca. Los usos urbanos de la costa han quitado el interés a la gente en seguir cultivando la costumbre, al punto que se ha vuelto raro ver la confección de estos productos.

 

En 2006, la Municipalidad Distrital de Frías (Ayabaca) en alianza con la ONG Cepeser organizó a las mujeres de las comunidades para incorporar a la textilería artesanal como una actividad productiva enlazándola con la ganadería, y todo el proceso era absolutamente natural, no hubo químicos ni trucos.

 

 En Ayabaca, productores trabajando en forma aislada al este de la ciudad seguían realizando las prendas, pero de forma muy restringida. El narcotráfico ha provocado que muchos de ellos “migren” a otro trabajo de actividad más rentable, o migren de la zona hacia la costa. En Huancabamba, se siguen apreciando las hamacas y los ponchos de Sóndor, pero, como en Ayabaca, son unos cuantos productores los que luchan por seguir cultivando la tradición. El tema es que esta generación podría ser la última en hacerlo.

 

 A pesar de ello, uno no puede dejar de apreciar los telares: destreza, paciencia, estética, durabilidad, resistencia… ¡Es increíble lo que puede lograr la creatividad de nuestra gente andina!

 

 Con informes de Margarita Rosa Vega en Frías y Piura, Mario Tabra en Ayabaca y Verónica La Madrid en Huancabamba.

Este reportaje fue escrito como parte del proyecto escolar del área de Industria del Vestido del colegio Miguel Cortes, que quedó en segundo lugar en la etapa provincial de la Feria de Ciencia y Tecnología, de 2006 en Sullana. El proyecto y la producción de la investigación fue auspiciada en parte por nuestra red.

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