De peregrinos a Ayabaca

Cuatro días de camino en medio del bosque seco y el bosque de neblina para ser parte de una de las manifestaciones de fe más importantes del norte peruano.

 

Por Aldo Palacios

 


    TAMBOGRANDE, Piura –
Con la ilusión de  encontrar alternativas en nuestras  vidas, solución a nuestros problemas y movidos por la gran fe en Cristo Jesús, nos sumamos a la  gran peregrinación hacia la ciudad de Ayabaca (2716 metros de altitud). Fuimos 18 jóvenes de la ciudad de Tambogrande (68 metros de altitud) quienes decidimos tener en Cristo Cautivo, la esperanza en esta vida.

 

Salimos de Tambogrande el 7 de octubre de 2006 a las nueve de la mañana. Nuestra meta era  llegar a Ayabaca el 10. Familiares de mis compañeros nos acompañaron hasta el cruce  en la carretera a Sullana, a unos dos kilómetros del centro de la ciudad, y aquí nos organizamos en dos  grupos: punta y retaguardia.

 

La "punta" camina adelante  con dos personas, le sigue el resto, llega a sitios acordados y espera  a que llegue la retaguardia que  camina  detrás de todos, con dos personas  como responsables. Si alguien se sentía mal en el camino, retaguardia esperaba hasta llegar al sitio donde  los de la punta esperaban.

 


    El primer tramo

Ilusionados comenzamos a caminar rumbo a Cruceta (162 metros de altitud). Cerca de la medianoche,  llegamos a esta localidad aún en el distrito de Tambogrande. Aquí descansamos un rato y descubrimos que uno de nuestros  compañeros comenzaba  a sentirse mal; pero animándole, hemos seguido  con  el viaje rumbo a San Francisco de Yaranche, donde habíamos programado dormir.

 

  Cuando intentábamos cerrar los ojos, cientos de mosquitos, saliendo de los arrozales alrededor, comenzaron a molestarnos y no nos dejaron descansar, y se incrementaron a cada momento.

 

  A las seis de la mañana y aún cansados, salimos a Puerta Pulache, una localidad del distrito de Las Lomas donde llegamos luego de cuatro horas de camino. Hubo muchos muchos puestos de venta de comida. No quedaba otra que desayunar aquí, como que descansábamos una hora. Muchas hermandades  entraban y salían del caserío cantando. Era emocionante ver estas escenas.

 


    A las 11:15 de la mañana enrumbamos a otro caserío, Chipillico [ revisa el pronóstico local ], que queda cruzando el reservorio de San Lorenzo. Un compañero se sintió mal en el trayecto, retrasando al grupo de atrás. Por fin pudimos llegar luego de dos horas de camino, y con retrasos entre punta y retaguardia. Entonces decidimos seguir hasta reunirnos a eso de las cinco de la tarde en Potrerillo, donde nos bañamos.

 

Reconfortados, fuimos rumbo a nuestro siguiente destino: el empinado cerro Sauce, a cuyas faldas llegamos al anochecer. Aquí descansamos hasta las 10 de la noche, junto a otros peregrinos. Nos frotamos, tomamos analgésicos. La idea era estar lo mejor posible para poder subir la pendiente sin dificultad.

 

  La gente dice que a este cerro se le guarda mucho respeto. Nosotros pudimos llegar a lo más alto como a la medianoche, todos juntos; apenas descansamos un cuarto de hora, debido al frío. Nuestras piernas temblaban cuando comenzamos a bajar la pendiente, por lo que había que sostenerse bien, pues podríamos resbalar y caer.

 


    Valle del Quiroz

Dos horas después llegamos a El Higuerón aunque de nuevo retaguardia se retrasó una hora. A las siete nos despertaron las hermandades que entraron cantando al pueblo. Ellos siempre entran y salen cantando de un pueblo.

 

Una hora y media después salimos hacia el pueblo de Paimas (574 metros de altitud) [ revisa las condiciones del tiempo ], con un breve descanso en Culqui donde comimos un cebiche. Llegamos a Paimas a las tres de la tarde. El paisaje de los maizales en los cerros era impresionante. En este pueblo almorzamos y descansamos hasta las seis y media. Nos preparábamos para el tramo más largo de toda la peregrinación.

 

  En el templo de Paimas, me percaté que muchas hermandades daban muestras impresionantes: entraban de rodillas, otros arrastrándose, cantando. Hay que tener valor para hacer esto. Me di cuenta, entonces, que la fe de esta gente es inmensa como un milagro.

 


    Miré  el reloj; eran ya  6:30 de la tarde. Fui en busca de mis compañeros, quienes estaban casi listos. Sin demoras, enrumbamos hacia el pueblo de Montero(1062 metros de altitud) [ revisa las condiciones del tiempo ], el tramo más largo de todo el peregrinaje, o dicho en otras palabras, unas seis a siete horas. En el trayecto tuvimos muchas dificultades. Era de noche y en la oscuridad divisé a uno de nuestros compañeros con problemas para avanzar debido a una inflamación y ampollas en los dedos de sus pies,. Tuvimos que caminar a su ritmo, esto es, muy lento.

 

La punta llegó a Montero a la 1:30 de la madrugada, mientras nosotros en la retaguardia con nuestro compañero delicado íbamos a mitad de camino a las 3:00 de la mañana. En un caserío llamado San Francisco, una hora de carretera antes de Montero, decidimos quedarnos para que calme la inflamación y poder seguir mejor  al amanecer. Enviamos un mensaje (con otros peregrinos) a nuestros compañeros para que avancen sin nosotros. 

 

Despertamos a las siete, cuando pasó un peregrino y le pedí ayudar a mi compañero. Él le frotó. “Ojalá funcione”, dijo. Seguimos caminando hasta llegar a Montero a las 8:30. Desayunamos.  Allí me enteré que nuestros compañeros habían salido  40 minutos antes. Compré desinflamantes y analgésicos. El dolor comenzó a desaparecer.

 


     El tramo final

Con la intención de alcanzar a nuestros amigos, tomamos un atajo muy agotador por Las Aradas. Logramos alcanzar a la punta. Cuando todos estuvimos reunidos, a las tres de la tarde, partimos hacia Los Molinos. De allí a Ayabaca sólo quedaban tres horas.

 

Llegamos antes de anochecer y contemplamos el hermosísimo paisaje, los sembríos en los cerros, el ánimo que nos daba la gente. Tomamos un café bien caliente: es que el frío aquí es insoportable. Emocionados, divisamos las antenas de teléfono de Ayabaca: “¡Estamos cerca muchachos!”.

 

  No perdimos más tiempo y decidimos seguir hasta  llegar. La oscuridad nos ganó en el camino. Era el último tramo: un cerro resbaladizo llamado  Sal si puedes. Antes de subir, hay otro pequeño cerro conocido como La Nariz del Diablo por su forma. Aquí  los peregrinos dejan prendas usadas o cualquier cosa de ofrenda, porque según el mito,  el que no lo hace no podrá subirlo.

 


      Nos animábamos entre todos: “Ya falta poco… un poco más”. Llegamos a la Cruz del Peregrino [Cruz de Palo Blanco], en la entrada  de Ayabaca  [ revisa las condiciones del tiempo ]. Hicimos una oración y nos abrazamos satisfechos. Muchos peregrinos llegaron junto con nosotros. Aún queda un kilómetro para  llegar al templo.

 

Filas  de peregrinos llenaban las calles. Ellos esperaban que avancen para poder ver a la imagen. Nosotros entramos  por la fila de viajeros particulares. No demoramos  mucho, entramos y pude ver  la imagen de Cristo Cautivo, con una mirada penetrante, de Padre protector que espera aquí a sus  hijos. Apenas si tuve 30 segundos para tocarlo. ¡Dios ama tanto a su pueblo!

 


    Desde las calles, muchos peregrinos  entraban de rodillas, otros arrastrándose, otros cantando, llorando: era conmovedor. Mis compañeros y yo estábamos agotadísimos. Fuimos a un colegio que un amigo nos ofreció para descansar. Al día siguiente regresamos a Tambogrande con la alegría de haber cumplido con el Señor Cautivo.

 

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