Cómo nació el Carnaval de la Jardín


    SULLANA, Piura
–Los carnavales solían ser esperados con ansia todos los años, quién sabe si como una manera de aplacar el calor, o para gozar de un rato de sana diversión. Suelen celebrarse entre finales de enero e inicios de febrero coincidiendo con la temporada más cálida en el norte del Perú.

 

No hay nada de particular en la costumbre sullanera; bandos de chicos o chicas mojan a sus opuestos en algo que semeja los juegos de estrategia, donde las emboscadas y asaltos (entendidos en su acepción más inocente) están a la orden del día… y de la noche. Sin embargo, con los años las cosas fueron casi degenerando y muchas situaciones que rayaron en el vandalismo obligaron a las autoridades a restringir y en los últimos años a prohibir el juego.

 

El ex-subprefecto de Sullana, José Carlos Carrasco, dijo que se debe a que al clima de inseguridad que vive la urbe, un juego descontrolado de carnavales iba a generar cierto caos. Sin embargo, una iniciativa juvenil animó a Carrasco a flexibilizar la medida y pensar que por un día una simple costumbre podría transformarse en una de las fiestas más bonitas y acogedoras de Piura.

 


    Por lo menos hasta mediados del siglo XX, la costumbre consistía en grupos de chicos y chicas esperándose mutuamente para mancharse o empaparse. Todo el mundo participaba. Antes de miércoles de ceniza, el Club Unión ofrecía la fiesta de carnavales más concurrida de la ciudad, donde la música y el sonido de los cohetes se confundía. En los barrios, quienes no podían ir al Unión, armaban su propia fiesta.

 

La tradición se mantuvo hasta hace unos 35 años. La introducción de los luaus (una fiesta hawaiiana) en la playa de Colán, provincia de Paita (unos 40 kilómetros al oeste) movió al antiguo público de las fiestas grandes hacia otros lugares, y en el resto de la ciudad, la tradición se redujo al corte de la yunza o cortamonte. En los años más recientes, esta costumbre simplemente desapareció.

 


    Que el burro comience a andar

Todo comenzó como una humorada", repetía una y otra ves Renzo Gutiérrez, único presidente de la Asociación de Jóvenes Residentes de la Urbanización Jardín (AJR Jardín), una organización con la que en 2006 produjimos un taller sobre combate al racismo y otras formas de discriminación en la ciudad de Sullana.

 

Esa es la forma cómo Gutiérrez comienza a contar que una calurosa noche de verano de ese año, los chicos decidieron jugar carnaval, y comenzaron a mojarse. Como el resultado dejó sabor a revancha, planificaron un nuevo encuentro con reglas: dos bandos, uno verde, otro amarillo, cada uno con su reina y comparsa.

 

Como Jardín limita con Loma de Teodomiro, una antigua villa campesina ahora parte del área metropolitana de Sullana, ambos bandos contactaron a agricultores y contrataron sendos burros con sus carretas para pasear a las reinas. El bullicio congregó a los vecinos y algunos foráneos que participaban de una parrillada en la plataforma deportiva.

 


    Ambos equipos desfilaron, al llegar a un extenso plano de arena (casi toda la urbanización aún carece de asfalto) los capitanes de ambos equipos decidieron lo último; entonces, las reinas se saludaron, se mojaron y comenzó la batalla.

 

La idea emocionó a muchos cincuentones quienes creyeron que las mejores épocas de su vida regresaban por un instante. Inmediatamente la gente de AJR Jardín produjo otra celebración el 17 de febrero de 2007. Para darle un aspecto significativo, quisieron resaltar el carácter inclusivo del carnaval y organizar una fiesta donde nadie quede fuera, y al decir nadie, se referían a que ningún criterio de discriminación fuese usado.

 

La producción fue hecha casi al estilo cinematográfico, como la organización acostumbraba: otras experiencias incluyen transformar la plataforma deportiva en un escenario, un salón de conferencias y una gran discoteca, y una casa abandonada en una residencia embrujada con cementerio privado incluido. A partir de esa experiencia, el carnaval se ha convertido en una tradición de ese barrio.

 

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