Thor llegó a la Polinesia

Una travesía alucinante que buscó conquistar incluso los Premios Oscar®

 

Por Luis Paucar Temoche. Fotografía por © Marco Mejía.

 


TÚCUME, Lambayeque
– Antes de ser conocido como el dios Wiracocha, decían que su nombre había sido Kon-Tiki. Era el Creador, el dios Sol, el protector del universo, rey de reyes o quién sabe qué providencias más se le atribuían. Kon-Tiki era un nombre difícil y extraño, enredado y mitológico; incluso pronunciarlo ahora provoca una ruptura en la rítmica de cada palabra.

 

Probablemente habría sido esa fuerza mística que guarecía en él, para que el explorador Thor Heyerdahl llamara Kon-Tiki, a su balsa utilizada en una travesía que emprendió por el Océano Pacífico, partiendo deSudamérica hasta la Polinesia. Era la más importante expedición de todas.

 

Era 1947. Thor Heyerdahl había nacido 33 años atrás, en octubre de 1914, en Noruega, y era un biólogo marino especializado en la antropología. Había tenido siempre esa rara vocación de viajero empedernido, y su curiosidad brutal lo había llevado a decir: “¿Fronteras? Nunca he visto ninguna. Pero he oído que existen en las mentes de algunas personas”.

 

Heyerdahl, aparte de su apego a los viajes, emprendía un reto personal en cada una de sus travesías. Viajaba en botes elaborados por él mismo o ayudado de otras personas, sus amigos. Era un investigador nato: viajó, más que todo, para establecer relaciones entre los habitantes de un continente con otro, de una población con otra.

 

Por ejemplo, construyó junto con el antropólogo mexicano Santiago Genovés, los botes Ra y Ra II para demostrar que los antiguos egipcios podrían haberse comunicado con América. Luego, se propuso navegar desde Marruecos en el bote de papiro Ra II a través del océano Atlántico. Y su siguiente bote, Tigris, fue creado para demostrar que la Cultura del Valle del Indo, en Pakistán, habría podido conectarse con la de Mesopotamia (actual Iraq).

 

Todas esas relaciones se reducían a simples hipótesis, de modo que Thor Heyerdahl era un hombre de desafíos que buscaba darles respuesta, que hacía de una pequeñez un submundo de ideas.

 


Miedo al fracaso

Las fotos suelen mostrarlo con un traje aparentemente pesado, con los brazos macizos, la piel rosada y el cabello blanco tirado hacia arriba, brillante como un puñado de escarcha.  Pero Heyerdahl, hombre visiblemente rudo y avezado, también tuvo miedo. Alguna vez develó acaso su mayor secreto: "Si me hubieran preguntado a los 17 años de edad si viajaría en el mar en una balsa, hubiera negado absolutamente esa posibilidad. A esa edad, sufría de fobia al agua".

 

¿Cómo habría llegado entonces ese jovencito temeroso a dirigir la expedición más importante de aquel año? Era 1947. Heyerdahl, con 33 años, y como hacía con todos sus proyectos, organizaba rutas y rincones que iba a cruzar. Trazaba círculos en cada escondite por conquistar y dar así una respuesta contundente a su enigma. El enigma del señor Heyerdahl.

 

Un día construyó una balsa con troncos, plantas y materiales naturales de Sudamérica. Y emprendió así la travesía en la Kon-Tiki: 4700 millas (unos 7100 km) desde Perú hasta las Islas Tuamotu. La balsa estaba tripulada por seis hombres: Heyerdahl, la cabeza, Knut Haugland, Bengt Danielsson, Erick Hesselberg, Torstein Raaby y Herman Watzinger.

 

28 de abril de 1947. Fue una travesía de ensueño entre la viscosidad del mar y la soledad del cielo negro en las noches, lejos de la familia, pero todos con espíritu de errantes al fin y al cabo. Él y un pequeño grupo vinieron hasta América del Sur en donde utilizaron árboles y otros materiales autóctonos para construir la balsa, la cual se chocó contra un arrecife en Raroia, archipiélago Tuamotu, el 7 de agosto de 1947, después de 101 días de viaje por el Océano Pacífico, probando cómo los pobladores prehistóricos podrían haber viajado.

 



¿Los fenicios del Pacífico?

Tener conocimiento de que las civilizaciones antiguas tenían comunicación entre ellas, mucho antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492) y otros navegantes como Magallanes (1499-1502), probablemente haya inspirado a Heyerdahl a realizar aquel viaje.  No hacía falta una prueba. Incluso, mucho tiempo antes, se tenía certeza de la excelente pericia de los polinesios para navegar hasta la América pre-colombina, específicamente hacia el sur.

 

En esta parte del planeta, un ave daba las primeras pistas de la travesía. Se había encontrado un hueso de gallina, la araucana (ave comestible de las islas polinesias) que data de los años 1300 AC, de modo que con eso se había comprobado que existieron remotas relaciones comerciales, sociales y económicas entre las culturas de las islas polinesias y mapuche e inca, situadas al sur de Chile y Perú respectivamente. Este descubrimiento ha sido comprobado por el estudio Radiocarbon and DNA Evidence for Pre-Columbian Introduction of Polynesian Chickens to Chile (radiocarbono y ADN, evidencia precolombina de la introducción de las gallinas polinesias a Chile: la Historia enseña que las gallinas fueron traídas por los españoles, en 1532 dC)

 

Y es que para los polinesios, los largos viajes a Sudamérica, Oceanía y quizá otros continentes quedaron registrados a través de sus canciones, danzas, ritmos, mitos y leyendas que se compartirían a través de su tradición oral y que existen hasta nuestros tiempos. Pero esa es otra historia.

 


Un premio

La única tecnología moderna que poseía el grupo de Heyerdahl era equipos de comunicaciones y las cuerdas con que amarraron los troncos. En una de las islas de su destino les dijeron que ellos las habrían amarrado con fibra de coco, pues aguantaba más. Para alimentarse, se proveían de lo que el océano les brindaba. Thor Heyerdahl habría querido experimentar un viaje en las balsas en que se transportaban los hombres de la época. Los pueblos primitivos eran capaces de hacer viajes inmensos por el mar abierto.

 

Y eso era —claro— complicadísimo. Porque uno: las distancias no son el factor determinante en el caso de las migraciones oceánicas si el tiempo y las corrientes tienen el mismo curso general día y noche durante todo el año; y dos: los vientos alisios y la Corriente Ecuatorial van hacia el occidente debido a la rotación de la Tierra, y ésta no ha cambiado nunca desde que existe el mundo.

 

El mundo es complejo e inmenso. La expedición de Heyerdahl demostró finalmente que no había razones técnicas para impedir que los habitantes de América del Sur se hubieran establecido en las islas de la Polinesia.  Sin embargo, actualmente, la mayoría de los antropólogos continúa creyendo que —basados en evidencias física y genética—, la Polinesia fue colonizada desde el Oeste hacia el Este, con migraciones que comenzaron desde el continente asiático.

 

El documental de aquella expedición ganó un premio de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas (AMPAS, por sus siglas en inglés) en 1951. En 2013, la noruega Kon-Tiki fue nominada a Mejor Película extranjera

para los Óscar®  que ella otorga, pero no lo ganó. Tras aquella proeza, el investigador prácticamente se mudó a Túcume, Lambayeque, donde siguió desentrañando los misterios de su antigua población y su obsesión con el mar.

 

El trabajo de Thor Heyerdahl y demás exploradores debía ser premiado de alguna manera. Tal vez esa rudeza, ese espíritu de viajante, todas las características que en ese hombre se puede encontrar, lo llevaron a decir hacia la mitad de su vida: “En el mundo donde se detiene la ciencia, empieza la imaginación”. Y la imaginación es, de alguna manera, el lápiz con que un niño pinta sus mejores aventuras.

 

Marco Mejía colaboró con la producción de esta historia.


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