Balcones en el cerro Campanario

Los miradores son uno de los mejores atractivos de la ciudad de Ayabaca.

 

Fotografía y producción gráfica por Franco Alburqueque

 


 AYABACA, Piura –
¿Qué haces cuando tu ciudad está casi en la cumbre de una montaña, y tienes a tu alrededor un paisaje digno de postal? ¡Simple! Dispones de espacios seguros para que la contemplación sea un espectáculo gratuito a cualquier hora del día, o, por lo menos, cuando haya claridad.

 

Desde hace tres décadas, eso sucedió en la ciudad de Ayabaca. Enclavada casi en la cima del cerro Campanario (también conocido como Calvario), dependiendo del lugar donde estés, se tiene uno de los mejores panoramas de la sierra piurana, y con una visibilidad digna de pájaro. La ciudad se encuentra a 2716 metros sobre el nivel del mar, y, en el departamento de Piura, tiene la marca de ser la capital más alta tanto provincial como distrital.

 

Se puede llegar tomando auto, camioneta o microbús en un terminal de la avenida Sullana en la ciudad de Piura, o algunas paradas en la avenida Buenos Aires en la ciudad de Sullana. Hay salidas temprano en la mañana y temprano en la tarde; por las madrugadas solo en algunos fines de semana. Es preferible que compres tu pasaje unas tres horas antes de viajar.

 

Si tomas auto o camioneta, salen cuando su número de pasajeros se complete, e incluso puedes contratarles como tu transporte privado.

 


  La señora de la ciénaga

¿Por qué Ayabaca está donde está? La pista más significativa se encuentra en la Catedral junto a la Plaza de armas, y que es el hogar de una de las imágenes más queridas del norte peruano: el Señor Cautivo. Pero, aunque le rendimos honores, no es el motivo de la existencia de la ciudad en esta montaña.

 

En realidad buscamos una pequeña estatua de granito, sospechosamente orientada hacia el levante. Cuenta la leyenda que una niña pasteaba su ganado en una ciénaga cuando de pronto conoció a una bella señora con un niño en brazos. Dedicaban la mayor parte del tiempo a jugar, y eso retrasaba el retorno a casa.  Al padre de la niña no le gustaban esas tardanzas ydecidió interrogarla.

 

El detalle era que a la chica jamás se le ocurrió preguntar el nombre de la señora, y esa laguna de información se convirtió en la orden paternal. Al siguiente encuentro, entre juego y juego, le preguntó su nombre: “Soy la Virgen del Pilar”. Inocentemente, la niña se lo contó a su padre, quien, comprendiendo el rango de la visitante, organizó al vecindario para capturarla.

 

La experiencia fue frustrante y agotadora. Aunque lograban tomarla como rehén por el día, se hacía humo por las noches, y las re-capturas se repitieron por mucho tiempo. En ese tira y jala, la señora se encontró con la niña: “Yo secaré esta ciénaga, y haré que aquí me construyan una capilla”. Terminó de hablar, y se convirtió en la estatua de granito que mira al levante. ¿Y qué hay justo frente a la imagen? El cerro Balcón, en cuyas faldas estaba ubicado el primer poblado de Ayabaca, y cuyos vestigios han sido borrados por el tiempo.

 

Algunos educadores ayabaquinos sugieren que la leyenda explica la migración desde cerro Balcón hasta cerro Campanario por la necesidad de conseguir tierras más frías donde pudieran cultivar otro tipo de alimentos y conservarlos por mayor tiempo.

 


El circuito de los miradores

Para contemplar el cerro Balcón, basta salir de la Catedral, cruzar la Plazuela Centenario, tomar la primera calle del lado derecho, la Arequipa, y subir a un mirador. Orientándose justo al este, se verá una cadena de tres bajas cumbres: la de la derecha es el Granadillo, también conocida como la Piedra del Chivo, la del centro es el Aypate, y la de la izquierda es el Balcón. Entonces, no es casualidad que el casco original de Ayabaca esté orientado a ese punto.

 

Pero, no es lo único para apreciar. A lo largo de la calle Arequipa se suceden otros dos miradores que permiten hermosas vistas de la ciudad y la Cordillera de los Andes como fondo, cuyos ramales penetran hasta el Ecuador.

 

Hay otro lugar desde donde se tiene una postal casi de pájaro. Terminando la Arequipa, y donde se une con la calle Piura, está la Cruz de Palo Blanco, (mira su foto al inicio de esta entrada) que ni es de palo ni es blanca. En su lado oriental se puede tener una inigualable vista de los valles de Mangas y Olleros en caída libre para encontrarse con el de Santa Rosa, que viene del distrito de Pacaipampa, para formar el río Quiroz, a más de mil metros hacia abajo, y a unos 40 km en línea recta desde este punto.

 

La Cruz de Palo Blanco está en la calle Piura, que sigue siendo la ruta de entrada y salida a la ciudad. El talud que la separa de la calle Arequipa ha sido utilizado para instalar un mural dedicado a la ciudadela inca de Aypate, posiblemente construída durante la segunda mitad del siglo XV. Si bien la edificación no es visible desde Ayabaca (aunque sí el cerro donde está), el mural parece estar orientado hacia su ubicación geográfica.

 

A una cuadra de la cruz y del mural, y junto a una gruta está la panadería de Don Tefo, una de las más reconocidas en la ciudad por preparar este diario alimento tirando más al dulce que al salado o neutro, como en la costa. Siguiendo la calle Piura, todavía es posible ver las construcciones tradicionales con techo de tejas a dos aguas, donde se esconde el soberado o desván, balcones de madera y veredas altas.

 

Desde el local del Banco de la Nación, la calle se hace estrecha hasta desembocar en la Plaza de Armas, donde comenzó el recorrido. Es la misma ruta que hace la procesión del Señor Cautivo todos los 13 de octubre y 1 de enero, y de la Virgen del Pilar todos los 14 de octubre.

 


El centro de todo

(5)La plaza también tiene sus atractivos, desde la Casa Municipal con su torre cuyo reloj suele estar retrasado o parado, y sus paredes adornadas con el otro ssímbolo distrital: los petroglifos de samanga.  La glorieta, que es una construcción reciente, está junto a un nogal que tiene más de cien años.

 

Alrededor de este rectángulo se ubican diversos hoteles y agencias de transporte, y a media cuadra, el Museo de ayavaca, un emprendimiento privado hecho con mucho material que cierta gestión municipal decidió guardar en un almacén. El problema es que si el encargado no está, no se podrá visitar. El Museo tiene en dos salas un resumen de casi diez mil años de historia.

 

Siempre tomando la plaza como referencia, si las piernas te resisten y no te falta el aire, puedes escalar hasta la cruz del cerro Calvario (visible desde la plaza), desde donde se tiene la mejor vista del distrito. Bajando está el camino hacia Pampa de Lobo, a un kilómetro de la plaza, a la que puedes regresar tras darle la vuelta a la ciudad y, quizás, haciendo una escala por el mercado de abastos.

 

Siempre oriéntate con la torre de la Municipalidad o las dos de la Catedral, de ese modo no te perderás. Pero, igual, puedes preguntar a la gente, y, amablemente, te dará instrucciones para llegar a donde quieras.

 


Lo peor no es el frío

Lo único malo de Ayabaca es la presencia del narcotráfico, así que cuidado con quien te relacionas. El mejor consejo aquí es no aceptar encargos de desconocidos y llevar siempre tus documentos.

 

El peor momento para visitar la ciudad es en octubre, cuando la fiesta del señor Cautivo está en su apogeo. Todo sube al doble y siempre está lleno.  La mejor época para ir es entre mayo y setiembre, y el resto del año siempre y cuando no esté lloviendo, aunque esa noticia no será del agrado de muchos pobladores, que dependen de la agricultura.

 

La Oficina de Turismo no suele estar abierta ni fines de semana ni festivos, cuando llegan más visitantes; entonces, toma tus precauciones, o consúltanos a factortierra@gmail.com o déjanos un comentario al final de esta entrada. Por lo demás, si quieres descansar, la plaza es una buena opción, o, si no te gusta la temperatura promedio de 25°C durante el día y 10°C por la noche, mejor toma un legítimo café pasado en la cafetería del hostal Oro Verde o el cercano Tradiciones Ayabaquinas, acompañado con un rico tamal de maíz que aquí le llaman zambate,. Exquisito.

 

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