Las perlas arqueológicas del Chira

La historia precolombina alrededor y en la segunda ciudad más grande de Piura urge mayor investigación. 


Todas las fotos por César Rivas, especial para FACTORTIERRA





SULLANA, Piura – Los pobladores del Alto Chira las llaman "lomas" y sus casas las rodean; incluso, una de ellas es la fuente de barro para fabricar adobes o ladrillos sin cocer en Chalacalá Baja.

Pero por lo menos hace unos 550 años, parecían ser montículos funerarios. "Hay unas 30 huacas como esas entre [la ciudad de] Sullana y La Peña", explica el arqueólogo Daniel Dávila Manrique, con quien ya hemos compartido la experiencia de identificar y verificar evidencias de esta naturaleza en Malingas y Sapillica, solo que en esta oportunidad, éste ha sido uno de sus primeros temas de investigación.

En efecto, su primera salida de campo para optar su título profesional fue visitar el valle del Bajo Chira, encontrando vestigios desde la localidad de Montelima, entre los distritos Tamarindo (Paita) e Ignacio Escudero (Sullana), hasta Tangarará, distrito Marcavelica (Sullana), donde los españoles fundaron San Miguel, el primer asentamiento español en Sudamérica, en 1532.

A partir de Tangarará, la ciudad española de San Miguel se mudó constantemente. Hacia 1534 se trasladó hacia Monte de los Padres, en la zona costera del valle del Alto Piura, donde ahora solo queda el sitio de Piura La Vieja (La Matanza, Morropón). Más tarde, hacia 1570 se movió a la bahía de Paita, hasta que en 1583 terminó su éxodo en el predio llamado Bellavista o también El Chilcal, en el valle del Medio Piura y a orillas del río del mismo nombre. Por todo, entre 265 a 270 km de travesía en seis décadas.

Pero, volvamos al punto de partida en el Bajo Chira, donde el arqueólogo Dávila asegura que las viviendas de arquitectura hispana en Tangarará están edificadas sobre pequeños montículos que pudieron pertenecer a los pueblos precolombinos, como se puede ver con mayor facilidad cuanto más nos acercamos al río Chira, junto al derruido puente que la conectaba con Sojo, distrito de Miguel Checa (Sullana), en la otra orilla, donde se ubica la famosa casa-hacienda, construida al costado de una huaca llamada La Mariposa.

Siguiendo por esa margen hacia el este, ya en la ciudad de Sullana, es relato tradicional que la llamada Loma de Mambré, una de las tres colinas sobre las que se asienta, era un yacimiento de cerámica muy visitado los Viernes Santos cuando la gente solía sacar huacos (vasijas de cerámica) y chaquiras.

Un kilómetro y medio al suroeste, en la colina El Alto de la Paloma, la más alta del área metropolitana, algunas personas que viven en el Barrio Sur cuentan que también encontraban estos objetos justo detrás del Hospital del Ministerio de Salud.

El aspecto en común de ambas colinas es que se elevan justo desde el río Chira, y siguiendo el curso hacia arriba, a un kilómetro y medio al noreste de la Loma de Mambré, está El Cucho, donde se ubicaba una huaca de la que ahora solo queda un muladar y letrina pública, pero que entre la década de los '80 y '90 era visitada por buscadores de huacos y chaquiras.

En El Cucho comienza el sector conocido como Alto Chira, el que ha sido regularmente visitado por muchos arqueólogos durante el siglo XX, como la expedición arqueológica japonesa y el arqueólogo James Richardson III.



Continuando río arriba, a unos 15 km al noreste de la ciudad de Sullana está Chalacalá Baja. FACTORTIERRA estuvo aquí en 2010
investigando la zona de manera general, y en 2012 produciendo una historia que terminaba conectando a la hacienda española de Chalacalá, de la que ahora no queda ningún vestigio, al menos no ninguno visible, con un culto traído de África.


Para el arqueólogo Daniel Dávila, el nombre de Chalacalá le daba vueltas en la cabeza tras hallar documentos administrativos coloniales del siglo XVIII en los que se describía su demarcación, e incluso se especificaban mediante un croquis, las huacas o sitios sagrados al interior de la hacienda española.

"En el documento, los españoles usaban los montículos a manera de hitos o mojones", explica, "y uno de ellos está justo detrás de la capilla católica del pueblo". Con el apoyo del entonces concejal provincial Hebert Muñoz, estuvimos con Dávila en 2010 tratando de llamar la atención de la comunidad para que proteja el sitio arqueológico.

El arqueólogo ya había prospectado la zona usando fotos aéreas. Le llamaba y le sigue llamando la atención  un terreno de unas tres hectáreas, milagrosamente preservado considerando los campos de cultivo circundantes, donde mayormente se produce

banano para exportación.



"Son montículos funerarios", aclara, mientras nos orienta en el lugar. Tras ubicar el primero, que es el más alto, vemos en dirección al río otros cuatro. 

Estimamos que el más prominente podría ser tan alto como una casa de dos pisos y un poco más, mientras que los otros a duras penas exceden los dos metros. En la actualidad parecen tener forma de montículos, pero no está clara cuál fue su arquitectura original.

El segundo más próximo está siendo depredado para fabricar adobes, mientras los otros están en medio de un terreno relativamente plano y arbustos sin hojas, típicos del bosque seco ecuatorial.

El último de ellos está casi a la orilla del río. De hecho, al subir al quinto, donde parece haber el encuentro de dos frentes de aire a juzgar por el continuo sonido de choque de corrientes invisibles y la formación de remolinos, es posible ver el pueblo de La Horca, en el distrito de Querecotillo (Sullana), cerca de donde está La Peña, una de las referencias citadas por Dávila, pero también otro lugar llamado Cabo Verde Alto, donde se cree hay un muro prehispánico, quizás ruinas de algún tipo.


Los estudios realizados en el valle del Chira desde 1960 por David Kelley y por James Richardson III en las dos décadas siguientes determinaron que todos estos vestigios arqueológicos pudieron haberse levantado entre 1100 y 1470 después de Cristo, y corresponderían al estilo Piura (la etnohistoria se refiere a ellos como
tallanes).


"No podemos hablar de una sociedad en particular", advierte Dávila. "Necesitamos investigar en campo y quizás realizar excavaciones restringidas en el lugar para tener mayor precisión sobre su naturaleza, fecha y significado".

Una forma de gestionar el cuidado y preservación de este patrimonio cultural es organizar, fomentar y concienziar entre la propia comunidad que vive cerca al sitio, el cuidado, protección y promoción del conocimiento relacionado con estos lugares. Se sugiere actuar de la misma forma en otros centros poblados donde se hallen estos vestigios.




Una vez que la investigación arqueológica dé conclusiones, el siguiente paso será diseñar y planificar la puesta en valor de estos sitios arqueológicos, pero eso todavía será una apuesta de largo plazo. La investigación arqueológica, la conservación y su implementación turística responsable sería una forma de mantenerlos y hacerlos conocidos no solo en los alrededores, sino también en el resto del mundo.

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