¿No bastaba una postal?
Lo último que puede pasar saliendo con un equipo de FACTORTIERRA en asignación de campo es aburrirte.
Por Juan
Félix Céspedes Cortés
CASTILLA, Piura – Era las 6:00 de la tarde del 23 de octubre de 2008, estaba saltando de alegría y la emoción me embargaba: ya quería conocer la ciudad de Huancabamba… aunque tenía miedo que me ocurra lo que tanto temo: vomitar en el viaje. Para eso ya parecía astronauta de tantas cosas que llevaba en mi equipaje, aunque Liliana me superaba pues llevaba tres veces más el equipaje de todo el grupo incluido su balde para sus quesitos que traería. Hasta yo mismo dudaba de vez en cuando de si lleva ropa o simplemente traía de equipaje toda su casa con mascota incluida.
En fin,
junto con Liliana, Candy, Alex, Nelson, Alan y este humilde servidor nos
embarcamos en el bus que nos llevaría al cielo. Mientras esperábamos que el
resto de personas suban y partiera, ocupamos los cómodos asientos. Yo, por
supuesto, con cosquillitas en el estómago de la emoción; aunque en verdad no se
si era emoción o preocupación de enterarme en ese instante de que el dichoso
bus no tenía baño. Y empezó la marcha hacia Huancabamba. Salimos del terminal y
encendieron el televisor para ver la típica película que, para variar, era en
inglés y con subtítulos diminutos. Lo único que entendí fue “OK”.
Todo iba
tranquilo sin prisa y con calma cuando de pronto el bus empezó a perder velocidad.
¿Qué pasó?, me pregunté. me asomé a la ventana y vi que la pista terminaba y
empezaba un camino sin asfalto. Eso era indicio que estábamos cerca para
empezar la subida. Habíamos entrado a una especie de bosque; me encantó la
belleza de lo poco que podía ver del paisaje pues eran ocho y algo más de la
noche.
Como haciendo mi tarea, pregunté a Nelson y Liliana por el paisaje que observaba. Él y ella, muy amables, me respondieron. Lo malo fue que de todos los nombres que me dijeron y la explicación tan científica que me brindaron, solo entendí que era una especie de bosque aunque con mi rostro expresando sabiduría y serenidad respondía a todos sus comentarios con un “ah, qué interesante”.”
Hicimos
una pequeña primera parada. La verdad no se como se llamaba el sitio. Lo
primero que hice fue bajar del bus mas rápido que el correcaminos para buscar
un baño. Otra vez en marcha, empecé a ver cómo iniciábamos la subida. Poco a
poco se asomaba el imponente abismo. Obviamente sentía miedo; y también sentía
esa emoción, esa adrenalina de observarlo.
Después de ese maravilloso espectáculo
preliminar, llegamos a la ciudad
de Canchaque. Aquí el bus se detiene para que los pasajeros coman algo o
usen el servicio higiénico. Era de esperarse que yo necesitara la segunda
opción. Todo el grupo se dirigió a la plazuela de Canchaque a tomar aire y
obviamente a conocer algo que era nuevo para casi todos salvo para Alan y
Nelson que ya lo conocían.
Nelson nos volvió a sorprender con sus amplios conocimientos sobre la historia de esa plazuela, lo que nos pareció muy interesante y esta vez sí entendí. En medio había un angelito en un pilar, y éste dentro de una pileta de agua.
El aire
que se respiraba era de tranquilidad, un lugar calmo donde nada te podía
perturbar; se percibía una paz intensa. Claro, yo la disfrutaba acompañado de mis
granadillas que había comprado y que estaba compartiendo con el grupo, que era
lo único que había comido a pesar de la presión de todos y todas para comer
algo más.
Nuevamente en marcha. Era cerca de las 11:00 de
la noche y empezamos nuestro tramo final hacia Huancabamba. De rato en rato
miraba por la ventana y solo veía un gran abismo oscuro y sentía cómo mis oídos
se taponaban por la presión atmosférica, no por la poca costumbre de bañarse.
Entre ese juego de ver por la ventana y cerrarla, me quedé profundamente dormido hasta que ya habíamos entrado a la ciudad de Huancabamba. Por fin con mucha emoción, pero más que emoción, cansancio y frío pues eran las 3:00 de la mañana. Con todo el equipo y equipaje en mano empezamos a caminar hacia el hotel, que estaba a menos de una cuadra del Terminal.
Las chicas se fueron a un cuarto en el segundo
piso y el resto de los chicos en un cuarto de abajo. Aquí se suscitaron dos
problemas: primero, en ese cuarto solo habían tres camas. Lo que se resolvió
poniendo a Alex y Nelson en una cama, Alan en otra y yo en otra; segundo,
después de apagar las luces me empezaron a jalar la frazada. Espero que haya sido algún fantasma.
6:30 de la mañana. Sentí que alguien se había
levantado de su cama. ¡Por Dios, solo llevaban unas tres horas de sueño! Abrí
los ojos y me di cuenta que era Alan. Admiro esa fuerza de voluntad y formación
que, a pesar del trajín, a las 6:30 ya estaba de pie como soldado listo para la
acción. Mentalmente aplaudí esa actitud y me di media vuelta. Logré conciliar
el sueño por 15 minutos más. Después yo también me levanté y el resto de los
muchachos hicieron lo mismo.
7:30. Alan, Alex, Nelson y yo estábamos listos, pero aún nos quedaba esperar que las chicas bajen, lo que pasó una hora después. Fuimos a tomar desayuno. Para variar me moría de hambre. Ahí nomás fuimos al Terminal a beber un jugo y comer algo ligero.
Tras encargar nuestros equipajes, fuimos a la plaza de armas
de la Ciudad a comprar algunas cosas antes de dirigirnos al albergue donde llevaríamos
acabo un taller. En el camino, empecé a ser víctima de un desgaste físico
impresionante. Acá en Sullana [60 metros de altitud] hacía deporte y de vez en
cuando salía a correr por las madrugadas. Claro, eso no servía de nada: estaba
en altura [1973 metros de altitud] y mi cuerpo no estaba adaptado, así que era
obvio que a penas daba unos cuantos pasos, me cansaba.
Después de unos minutos y de una goma de mascar
me repuse, pero a la vez habíamos llegado a la plaza de Armas. La hermosura del
lugar combinada con la Catedral era algo espectacular, digna de unas fotos. Terminado
lo que teníamos que hacer emprendimos la travesía de regreso al hotel por
nuestras cosas para dirigirnos al albergue. Digo la Travesía pues aún mi cuerpo
no terminaba de adaptarse a la altura.
Cogimos mototaxi para que nos lleve. Candy, Liliana y Alex en una; Alan, Nelson y yo en otra. La primera moto en partir fue la de Liliana; tres minutos después salió nuestra moto. Mientras nos llevaba, observaba la maravillosa ciudad de Huancabamba.
Pronto la moto se detuvo en un lugar y observo
bien. Delante nuestro estaba la moto de Liliana y al costado de la moto una
gran subida muy empinada. Observo también que de la moto de Liliana se había
bajado Alex; entonces, el conductor dijo que necesitaba que alguien se baje
también para que la moto pueda subir un tramo difícil para esperarnos arriba. Mientras
el que bajaba tenía que subir a pie, eran como 5 metros. El tramo no era muy
largo tampoco.
Me bajé y junto con Alex decidimos mandar a
volar todo y subir por dos atajos que estaban señalados, que únicamente se
podía transitar por ellos a pie. Buena idea, mal resultado. Ni tres metros del
primer atajo y ya no podía ni con mi alma, parecía perro bóxer con la lengua
afuera. Tanto me faltaba el aliento que no podía decir palabra alguna, hasta la
garganta mental se me había secado.
No iba a rendirme. Tenía que seguir. Era la
decisión que había tomado así que adelante nomás. Pronto empezamos el segundo
atajo. ¡Por Dios! El cuerpo me pesaba y estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano.
Sentía cómo mi corazón latía como bombo en comparsa, pero aquí tenía dos
sentimientos mezclados: la adrenalina de subir y conocer algo que el resto no
lo haría por flojos, y mi fobia a las serpientes. Creo que no me rendía por
eso.
Por fin llegamos al albergue. A primera vista
era acogedor, aunque no aparentaba lo que era, pues por fuera se veía pequeño
pero no era así. Yo imaginaba que el albergue era un lugar parecido a un Hotel,
que era un Lugar céntrico y en una zona muy accesible para la ciudad. Nunca más
vuelvo a imaginar en estos viajes. Si bien es cierto el albergue era bonito y
acogedor, lo malo era que quedaba en la cima de un cerro cuyo camino era muy
empinado, y lo peor de todo es que quedaba al costado del cementerio. Lindo
lugar para darse la siesta eterna.
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