De visita por Piura

Después de varias semanas de no poder hacerlo, por fin pude realizar el viaje que había planificado hace mucho tiempo y, la verdad, valió la pena la espera.

 

Por David Villanueva Garro

 


    Ciudad de lima –
El domingo 6 de agosto de 2006 decidí coger mi mochila y partir hacia el norte del Perú, específicamente Piura y Sullana, para pasar unos días de descanso, distracción y de paso recargar energía para lo que me esperara a mi regreso.

 

El bus comenzó a caminar raudo poco después de las siete de la noche. El viaje fue un poco cansado no por la distancia ni por la ruta, sino porque a mi lado hubo una señora muy linda que a cinco minutos de comenzada una película se le ocurrió, sin que yo se lo pidiera, contármela toda. Para colmo, tenía delante de mí un reloj que marcaba los minutos como si fueran horas, pues estos parecían nunca avanzar y yo aún tenía a la “linda” señora sentada a mi lado y así fue hasta el final.

 

Al día siguiente a las ocho de la mañana, el bus llegó a la ciudad de Piura. Una vez recogida mi maletita, esperé a que me recogieran y de ahí partir a descansar un ratito. MI amiga Tania llegó con su esposo Javier y me llevaron al hospedaje de su mamá. Todos fueron muy atentos conmigo. Pude descansar un buen rato, y luego fui un par de horas al gimnasio. Almorcé con Tania y su esposo.

 


    Después conocí la ciudad de Catacaos, donde venden cerámicas, según dicen, traídas desde la ciudad de Chulucanas, que es un pueblo un poco más lejano.  Catacaos está como a 30 minutos en camioneta rural. La ruta es de asfalto y se puede apreciar en el camino algunas palmeras y arrozales como paisajes hasta llegar al pequeño-pero-agradable lugar.

 

 La plaza de armas y su iglesia son lo más llamativo. Después de estar unos minutos y comprar algunos recuerdos, volví a Piura donde me estaba esperando Tania. Menos mal, porque ya me había medio perdido. Me llevó al hospedaje de su mamá donde podría descansar.

 

A las nueve me recogió mi otra amiga, Isabel, con su hija, Ana Lucía, con quienes nos fuimos a comer algunos platos riquísimos. Eran tan ricos que repetí tres veces. Ya por la noche, como a las once, partimos en un bus hacia la ciudad de Sullana donde nos encontraríamos con mi buena amiga Giulliana. Gracias a la señora Margarita, quien me alquiló una habitación, pude alojarme al frente de la casa de Isabel, así no tendría problemas de ubicación, y si los tuviera recurriría a ella pues estaba muy cerca.

 


    La Casona de Sojo

Me desperté como a las siete de la mañana del martes. Fui a tomar desayuno en casa de Isabel. Giulliana me abrió la puerta y apenas pudimos conversar porque ella siempre anda con la hora justa. Conversamos un rato; luego ellas se fueron a trabajar. A las 11 de la mañana llegó mi amigo Nelson, quien me llevó a conocer lugares como la Casa de Sojo, la cual está en restauración. Para llegar tuvimos que caminar un poco sobre tierra. Hacía algo de calor y ya teníamos sed.

 

A los cinco minutos, de pronto saltó a la vista la silueta de una vieja casona muy hermosa, la que no hacia contraste con el paisaje. Tiene una fachada semicircular con columnas rígidas al estilo romano y de amplias puertas. Cuando nos abrieron las puertas, fue una sorpresa para mí ver una escalera de dos caídas; el detalle es que las escaleras son de puro mármol, que sigue intacto.

 

 La pregunta que me hice inmediatamente fue por qué construyeron esta casona en este lugar. La respuesta la encontré minutos más tarde cuando subimos al segundo piso y abrimos las puertas. ¡El paisaje que se divisaba era bello! La magnificencia del hermoso valle del Chira y la vista del pueblo de Tangarará, primer pueblo fundado por los españoles en el Perú (Francisco Pizarro, específicamente, en 1532), fue esplendorosa e inigualable.

 


     Quedé perplejo ante tal vista, tanto así que le dije a mi amigo Nelson: “tenemos que ir a ese lugar”. Y lo hicimos. Caminamos por espacio de unos 20 minutos a través de un sendero de tierra, donde a cada paso se nos cruzaban algunos pobladores montados en su burro. Creo que son la insignia de este lugar, pues vi más burros que personas.

 

Después de la larga caminata llegamos por fin a la Plaza de Armas de Tangarará, un lugar que parece olvidado por todos y recordado solo por los que ahí habitan. Este es uno de esos lugares donde la pobreza se ve de lado a lado.  Ahí se levanta un obelisco pequeño que conmemora la fundación y, al frente de él, la parroquia del pueblo.

 

 Terminada la visita tuvimos que usar el método criollo de Lima para transportarnos gratis: levantando el pulgar, el dedo o la jaladita como le llamamos aquí.  Una camioneta de la Municipalidad Distrital de Marcavelica nos jaló hasta la Plaza de Armas de Sullana. Allí nos dimos cuenta que el alcalde de ese distrito estaba a bordo. Se agradece el gesto, si no, hubiéramos caminado harto.

 


     Fuimos a almorzar. Ahí estábamos Isabel, Giulliana, Nelson y yo.  El almuerzo fue una ronda criolla, que, aunque no lo crean, no pudimos acabar. Era un abuso tanta comida, pero hicimos el intento y como no terminamos, lo guardamos para el desayuno del día siguiente. Después del almuerzo, nuevamente todos a trabajar.  Ese día no salí a ningún lado creo, pues todos estuvieron muy ocupados y yo muy cansado por el viaje, así que me quedé descansando. Ya en la noche comimos una pizza con su respectivo vinito para bajarla.

 

 David Villanueva es ingeniero de sistemas radicado en la ciudad de Lima. Míralo también como atleta y bombero.

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